Cada vez que Almodóvar estrena una película es un acontecimiento. Pero, desde el humilde punto de vista del que les habla, hacía bastante que las expectativas que levantaba el director, estaban por encima de sus obras.
“Dolor y gloria” es la mejor película de Pedro en bastantes años.
Una película inmensamente bien dirigida, desde la austeridad pero sin perder el maravilloso mundo estético del artista. Ha depurado su estilo, lo ha aligerado y a la vez ha conseguido darle profundidad.
Lo mejor de la historia es su sinceridad, se nota que Almodóvar sabe muy bien de lo que habla y se transmite en cada plano y en cada secuencia. Es una película sin argumento, de las que cuentan un trozo de vida de un director de cine de gran éxito, Salvador Mallo. El director está en un momento de estancamiento personal y profesional y busca reencontrarse con su pasado para poder avanzar. Se enfrenta a sus errores, a sus antiguos amores, a su infancia, a su madre y a compañeros de profesión. Les deja hablar, los quiere escuchar, necesita saber quién es para reinventarse porque, a lo mejor, el que era ya se ha agotado.
Pedro Almodóvar no se cansa de repetir que la película no es autobiográfica. Aunque el protagonista se vista y peine como él, aunque su casa sea la casa del manchego, aunque el personaje de la madre use el término “autoficción”. Y no sé si será mentira o no, pero pocas veces me he creído tanto lo que cuenta y eso sólo pasa cuando lo que se cuenta tiene un poso de realidad.
La película destila sensibilidad, de la de verdad, y dolor, del de verdad.
De ese que no conlleva grandes llantos, de ese que se queda acumulado en el pecho en modo calmado y que parece no querer abandonarte. La belleza de las imágenes casa con lo que pretende transmitir a la perfección. Fotografía, música, interpretaciones… Todos los elementos de la película encajan para crear algo nuevo en su trayectoria sin dejar de ser él.
Antonio Banderas hace el mejor trabajo de su carrera, por su sutileza, por estar lejos de la sobre actuación que le caracteriza, por recrear un personaje lleno de matices, que aporta más información cuando escucha y mira que cuando habla. Pero no sólo él, todos los actores están maravillosos. Mención especial para Julieta Serrano como la madre de Salvador y para Leonardo Sbaraglia, ese amante del pasado que se perdió por el camino. Las conversaciones del director con estos dos personajes son pura verdad, son pura vida.
Pedro Almodóvar nunca explicó tan bien a través de una de sus películas quién es. Ha recuperado el sentido del humor que había perdido. Y aunque es una historia sobre el ocaso, tiene un tono optimista que nos deja un sabor de boca dulce y que vislumbra un futuro prometedor para su obra.